CREATIVIDAD ANTE LAS DIFICULTADES


 Cuando somos niños, vivimos limitados por nuestros mayores. Para educarnos nos van marcando las pautas de interacción con las personas, con nosotros mismos y con el mundo. Esto nos lleva más tarde a actuar, a relacionarnos con los límites de diferentes maneras: ya sea marcando y reconociendo nuestros límites, o limitándonos a nosotros mismos.


Las limitaciones humanas
Hablar de limitaciones es muy complicado, pues podemos entrar fácilmente en un juego de palabras, ya que utilizamos el vocablo ‘limitación’ como sujeto de una oración, de la misma manera que lo utilizamos como verbo. Tenemos entonces que empezar por diferenciar sobre cuál es el uso gramatical que le damos. Como seres humanos somos limitados y nos enfrentamos a diferentes limitaciones. Por ejemplo, no podemos volar; no podemos vivir eternamente; no podemos adivinar los pensamientos de los demás, etc. Entendemos entonces aquí las limitaciones como fronteras con las que nos topamos, como algo que nos marca un “hasta aquí” y que está fuera de nuestro control. La muerte y la enfermedad son ejemplos claros, con los que todo ser humano se topa en algún momento de su vida. Por otro lado, tenemos la experiencia de la limitación que nos remonta a nuestra infancia, donde no solamente nos enfrentábamos a más limitaciones de las que nos enfrentamos en la vida adulta, pues incluso hay un momento de completa dependencia en el que no podíamos ni caminar… La experiencia de la limitación implica que alguien externo a nosotros (o nosotros mismos) nos marque(mos) los límites. Nuestros padres lo hicieron cuando fuimos pequeños. Nos dijeron a qué hora dormir; cuánto tiempo dormir; a qué hora comer; cómo y cuánto comer; cómo comportarnos, etc. Nos limitaron el tiempo de juego y de ver televisión.
Aquí el significado de limitación tiene que ver con que alguien o algo me administre o me controle, por decirlo de alguna manera. Ahora que hemos hecho la diferenciación, quiero expresar que mi deseo al escribir este artículo es proporcionar algunas pistas que te ayuden a evitar que tus sujetos (los límites, o limitaciones) se conviertan en verbos (limitaciones o limitantes). Quizá te preguntes cómo lo puedes lograr, o cómo saber que un límite se ha convertido en una limitante. Permíteme compartir contigo un ejemplo que considero que nos puede servir. Me estoy preparando para compartirte algunas ideas sobre los límites y empiezo a ser consciente del enorme revolotear de ideas que aparecen en mi mente. Algunas de ellas pueden incluso parecer contradictorias. Descubro que mis conceptos son confusos. Me siento inquieta desde el momento en el que acepté la invitación a escribir sobre este tema y reconozco que intentar hacer un escrito sobre límites y limitaciones no está siendo tarea fácil. Trato de empezar con una frase que suene congruente y aparece un pensamiento que echa a la borda lo que he escrito. No avanzo. Parece imposible que pueda terminarlo Podría darme por vencida en este momento, porque creo que “no puedo”; que esto es demasiado complejo; que no alcanzo la claridad necesaria para escribir sobre este tema; que esto definitivamente no es para mí. Me he movido en la dirección de quedarme paralizada frente a los límites que se me están presentando, y al declararme incompetente para escribir este artículo habré convertido una serie de límites reales en una limitación personal. Es real que mi confusión y mi nerviosismo son límites con los que me estoy topando y que no me dejan avanzar. Pero el acto mismo de “darme por vencida” sería limitarme.
Y esa ya sería una elección. Consciente o inconsciente, pero elección a fin de cuentas. Habría decidido limitarme y definitivamente no era mi única opción. Quizá te preguntes si acaso había otras opciones, y cuáles hubieran sido. ¡Claro que las había! De entrada tenía la opción de explorar mis límites. Explorarlos en el ejemplo que estoy planteando sería el equivalente a intentarlo, a buscar otros recursos como revisar bibliografía, preguntar a algunos colegas sus opiniones al respecto; en fin, tomar el riesgo de escribirlo con los recursos con que cuente o con los que encuentre, incluso ante la posibilidad de que lo que escriba sea rechazado. Y entonces… ¿no tengo derecho a negarme a hacer algo? O dicho de otra manera, ¿no tengo derecho a marcar mis límites y decir que no? Tengo todo el derecho a marcar mis límites. De hecho es muy sano que lo haga. El problema está en que me di por vencida y me niego porque creo que no puedo, y no porque esté decidiendo marcar un “hasta aquí”. No estoy marcando un límite, sino limitándome. Marcarme un límite, tomando nuevamente la referencia del ejemplo anterior, sería que habiéndolo intentado con diferentes opciones como revisar algunos libros o pedir opiniones, pudiera darme cuenta de que la cantidad de tiempo que necesito para escribir un pequeño artículo es más de la que estoy dispuesta a invertir. Entonces podría decidir marcar un límite, y este sería rechazar la invitación a escribir un artículo porque reconozco que el tiempo que necesito está por encima de lo que deseo invertir, en lugar de limitarme y convertirme en la persona que “no puede escribir, pues no se le da”, y que no piensa escribir nunca debido a su incompetencia. En este sentido podemos observar que los límites son reales, y que lo que marca la diferencia en mi actuación no es lo que pasa, sino lo que hago con lo que pasa. Es decir, no son los límites a los que me enfrento o aquellos que aparecen los que me limitan, sino que soy yo misma dada la manera en que me relaciono con ellos cuando aparecen, la que puede estarse limitando. Así entonces tenemos dos tareas:
1. Identificar el o los límites
2. Decidir la manera de “actuar” o relacionarme con cada límite identificado

¿Qué son los límites?, ¿para que sirven?
Cuando era niña no tenía la más remota idea del significado de la palabra ‘límites’, pero la sensación de incomodidad y de disgusto cuando escuchaba un “basta”, un “hasta aquí”, esa sí que la conocía y no me agradaba en lo absoluto. Sabía perfectamente que en cuanto aparecían, se terminaba la diversión. Hoy que soy una adulta, aunque conozco su utilidad, he de confesar que sigo viviéndolos como algo incómodo y lo relaciono con cierta frustración de primera instancia. Sin embargo al pasar los años he podido observar que hay momentos en los que la sensación de tocarlos me ha dado alivio y seguridad, y que independientemente de la experiencia que viva al relacionarme con ellos, los límites tienen una razón de existir. No son sólo un capricho de la naturaleza humana que aparecen para fastidiarme la vida. Puedo darme cuenta de dónde inicia y dónde termina cada una de las cosas que tengo frente a mí, e incluso diferenciar una cosa de otra gracias a que su existencia está delimitada por el espacio que ocupan. En otras palabras, podemos observar que una de las funciones de los límites es marcar, diferenciar, dar identidad. Y digo dar identidad pues gracias a ellos puedo identificar que esto es la pluma y no es el escritorio, aunque estén juntos. Mejor aún: puedo diferenciar que esta soy yo y a través del límite de mi cuerpo, puedo darme cuenta de dónde empiezo y dónde termino. Nuestro cuerpo es nuestro contenedor. Físicamente contiene nuestros órganos; emocionalmente, nuestros sentimientos; y mentalmente, nuestros pensamientos. Así nos damos cuenta de cuando algo está pasando en nosotros (límites internos y límites externos). El hecho de ser contenidos, de tener un contenedor, es un recurso que nos brinda protección; que provoca sensaciones de seguridad, de pertenencia con respecto a lo que es mío y lo que no lo es. Los límites son fronteras, son necesarios en nuestra vida. Además de ayudarnos a tener una identidad y diferenciarnos del mundo, pueden fungir como un contenedor que nos protege y nos brinda seguridad

¿Cómo relacionarme con las limitaciones?
Las limitaciones humanas existen y están fuera de nuestro control. Pueden resultar frustrantes y desagradables, pero como ya vimos, tienen su utilidad y su razón de existir. Son un recurso. Y la buena noticia es que las acciones, aquellas que hago una vez que me topo con una de estas limitaciones, sí están en mis manos y puedo controlarlas. Es decir, puedo elegir las acciones y la manera de relacionarme con cada uno de mis límites. Puedo decidir cómo quiero abordarlos. Me gusta imaginar que hay tres personajes que nos pueden mostrar las diferentes opciones que tenemos para relacionarnos con las limitaciones:
• El niño obediente
• El adolescente rebelde
• El adulto creativo
El niño obediente, una vez que se encuentra un límite, se para en seco. No avanza. Muy posiblemente se asuste. Se puede quedar inmóvil observando el límite. Este personaje no sabe hacer otra cosa más que seguir las normas, y un límite es una especie de norma que dice “hasta aquí”. Acostumbrado a que le digan qué hacer (y a obedecer), estará esperando la siguiente instrucción; o que le brinden los medios para avanzar. Hasta que esto no suceda, se quedará paralizado. Cuando el adolescente rebelde se encuentra un límite trata de pasarlo a toda costa, no importa la manera o los medios que tenga que utilizar. Se rebela ante la existencia o aparición de cualquier tipo de limitación. Muy posiblemente se enoje e intente quebrantarla, aún cuando salga lastimado. Este personaje vive los límites como obstáculos que le impiden seguir su camino o hacer “su voluntad”. Está acostumbrado a hacer las cosas “a su manera”, por lo que invade y enfrenta los límites luchando, peleando o brincándoselos… y encontrará siempre una razón que lo justifique. El adulto creativo, cuando se da cuenta que se ha topado con un límite, lo explora, revisa cuidadosamente su razón de ser, lo valida y empieza a buscar las diferentes alternativas y los recursos con que cuenta para enfrentarlo. Ya sea negociándolo, rompiéndolo o bien respetándolo.
Este personaje actúa y toma decisiones con base en lo que hay, y no en lo que le gustaría o lo que debería hacer. Busca opciones para lograr sus objetivos sin pasar por encima de los demás. Quizá suene extraño romper un límite, pero a veces es necesario. Por ejemplo, cuando era niña tenía el límite de no conversar con extraños, lo cual me protegía, pues era vulnerable y fácilmente podían engañarme. Si como adulta no rompo ese límite; es decir, si no lo paso y no me doy la oportunidad de entablar una plática con alguien que no conozco, quizá dejaré pasar buenas oportunidades de relacionarme con otras personas. Aquí la enorme diferencia es que como adulta ya cuento con nuevas herramientas y puedo protegerme de otras maneras. Revisemos una misma situación con las diferentes maneras de relacionarse con la limitación: Una persona que pierde un miembro. El niño obediente podría convertirse en la víctima que viva dependiendo de los demás porque “no puede”, le falta eso que los demás sí tienen. El adolescente rebelde quizá no acepte la ayuda de nadie y pretenda vivir como si nada le hubiera pasado. Negándose a reconocer su limitación se pone en un estado vulnerable que puede llevarlo a lastimarse más en una caída, o sufrir algún accidente. El adulto creativo empezará por revisar hasta dónde llega su limitación. Es decir, a identificar lo que puede hacer y lo que no; en qué necesitará ayuda y en qué no, para así adaptarse a su nueva situación. No sólo la aceptará, sino que pedirá ayuda sólo cuando la necesite. Se trata entonces de buscar la manera de relacionarnos con nuestras limitaciones desde el adulto creativo. De esta manera evitamos que se conviertan en nuestras limitantes.

Reconocer nuestras limitaciones
En el ejemplo anterior, reconocer la limitación fue muy fácil pues se trataba de un límite tangible, algo que podemos ver y tocar. Pero en el caso de nuestras limitaciones psicológicas no es tan sencillo, pues nuestras ideas, pensamientos, emociones, valores y creencias son intangibles. De hecho, a veces son inconscientes. Por ello es tan importante empezar por conocernos a nosotros mismos trayendo al plano consciente el mayor número de piezas posibles sobre nosotros mismos. Te propongo un ejercicio que puede servirte. Elabora una lista de las características que te describen; aquellas que consideras que te definen como persona; aquellas que te reconoces y/o aquellas que las personas a tu rededor te han comentado. Luego anota frente a cada una de ellas su opuesto, y quiero aclarar que se trata de lo que para ti sea su opuesto, y que lo nombres como tú decidas. Por ejemplo:
Característica que me describe   - Su opuesto
Inteligente                               - Tonta
Enojona                                  - Tolerante
Tenemos entonces una lista de características a la izquierda con las que te identificas, y una lista de características a la derecha a las que no necesariamente reconoces como tuyas. Ahora bien, tienes la posibilidad de explorar tus límites con base en estas características que anotaste en el lado derecho, y del izquierdo también si es que no lo has hecho antes. Esto sería como observarte en diferentes situaciones de tal manera que puedas conocer tu manera de ser inteligente y tu manera de no serlo; o de ser tonto(a), y que puedas reconocer ambos como tus propios límites con los cuales te vas a enfrentar tarde o temprano. Explorar las características como límites me permitiría, más que definirme como persona enojona o tolerante, conocerme como persona completa que puede manifestar ambas características y saber cuándo utilizar cada una. Por ejemplo, en una discusión que pudiera llevarme a darle vueltas a una situación sin llegar a nada, quizá desee y decida cuál de ellas mostrar. Puedo hacer eso en lugar de actuar solamente bajo mi enojo, lo cual sería limitarme a explorar mi capacidad de tolerancia. Así tenemos entonces que en la medida en que voy teniendo la capacidad de conocer más aspectos de mi persona, de explorarlos, de reconocer las limitaciones que mi condición de ser humano me impone y enfrentarlas de manera creativa, correré menos el riesgo de convertir límites en limitantes, de tal manera que:
• Puedo vivir el límite de no tener piernas, pero eso no me limita para avanzar.
• Puedo no tener manos, pero eso no me impide crear.
• Puedo sentir tristeza, pero eso no me limita para sonreír.
• Puedo conocer mi parte egoísta, y no limitarme para dar amor.
• Puedo tocar mi límite para compartir, y eso no me limita para ser generosa.
• Puedo reconocer mi límite para abrirme, y no me impide mostrarme.
• Puedo tocar mi límite para cerrarme, lo que no me impide reservarme.
No importa cuáles sean las limitaciones que enfrentemos. Lo importante es lo que hacemos con ellas. El secreto está en que vivamos creativamente la manera de relacionarnos con cada una de estas que la vida nos presenta.

Preguntas para reflexionar
1. ¿Cuáles son tus limitaciones físicas y psicológicas actuales?
2. ¿Qué haces cuando te enfrentas a alguna de tus limitaciones?
3. ¿Cómo te marcaban límites los adultos cuando eras niño?
4. ¿Qué relación encuentras entre los límites de los adultos y tus límites actuales?
5. ¿Cuál es tu personaje favorito o el que más representas al relacionarte con tus limitaciones?

Bibliografía
Anselm Grün Ramonarobben, (2006), Marcar límites/ respetar los límites por el éxito de las relaciones. Bilbao, Desclée de Brouwer.

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