En la mitología griega, Narciso es un adolescente
de hermosura deslumbrante. Su belleza es tan superlativa como su indiferencia
por los demás. No se conmueve por los dramas que produce el amor que despierta
en hombres y mujeres. Un día llega hasta una fuente clara. Se acerca a tomar agua
y entonces se encuentra con su propio reflejo. Por primera vez se enamora, se
siente cautivado por el muchacho que lo mira desde el otro lado del agua. Pero
cuando trata de tocarlo, la imagen se deshace. Sin poder poseer el objeto de su
pasión, se queda contemplándolo, y allí se consume y muere. En ese mismo lugar
crece una flor, el narciso.
Es sorprendente la vigencia que este antiguo mito
griego, ha cobrado en la actualidad. La personalidad narcisista, descrita por
los siquiatras Han Kohut y Otto Kernberg, se ha convertido en uno de los tipos
primordiales de paciente, a partir de los ’60.
Narciso ni siquiera se enamora de sí mismo, sino de
su imagen. La sociedad contemporánea puede definirse con propiedad como
narcisista: vive en el éxtasis de la imagen. La televisión y carteles
publicitarios que saturan la ciudad son los espejos del Narciso de hoy. Ahí nos
miramos, con la ilusión de encontrar en los rostros y cuerpos de los modelos de
belleza, un reflejo de la apariencia que nos gustaría tener.
Los pobres Narcisos de hoy día, vivimos en la
contemplación de los astros y las estrellas de la televisión, y ellos, a su vez
viven viéndose mirados por nosotros. Aspiramos a vivir contemplados por otros.
La sociedad narcisista es ésta, que le da cada vez
mayor importancia a los rasgos narcisistas y los promueve y exalta, porque su
combustible son el individualismo extremo, competitivo, despiadado, y la
hiperinflación de los egos codiciosos, que exigen gratificaciones tan
inmediatas como desechables y viven en un estado de deseo exacerbado, voraz y
siempre insatisfecho.
El narcisista es el consumidor ideal. Sus antojos
son ilimitados y satisfacerlos es una especie de permanente homenaje que le
rinde a su propio ego. También es el ciudadano políticamente más funcional al
sistema, puesto que busca la felicidad sólo en las gratificaciones al Yo. Jamás
se va a asociar con otros para un proyecto colectivo. Vive en el aislamiento
del individualismo más solitario. Sus relaciones con los demás son funcionales
o superficiales. Nunca se enamora de otro o de otra. Vive enamorado de sí mismo
y lo que busca en la pareja es alguien que adhiera a ese amor por él. Como lo
indica Lasch, el narcisista “vive en un estado de deseo agotador y eternamente
insatisfecho”. Habita sólo en el presente buscando la satisfacción de sus
deseos compulsivos. No se interesa ni en el futuro ni en el pasado. Le cuesta
“crearse un depósito interior de recuerdos amables”. Por extensión, la sociedad
narcisista vive sin proyecto futuro. No se ocupa, por ejemplo, del apocalipsis
ecológico, porque supuestamente eso afectará a las generaciones que vienen, a
otros, que no le importan para nada. También devalúa el pasado. Vive en una
actitud risueña y superficial, construye un mundo sin espesor, que produce un
empobrecimiento síquico y cultural.
El drama es que habitamos un mundo modelado por
Narciso, vivimos en un presente sin arraigo ni proyecto, confundiendo la
felicidad con la satisfacción de apetitos primarios y pasajeros, en la
brillante superficie de un espejo que tiene un reverso oscuro de soledad y
depresión.