Amistad

El verdadero amigo es aquel que a pesar de saber como eres te quiere.

Amor

Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor. (San Agustin)

Oración

Reza como si todo dependiera de Dios. Trabaja como si todo dependiera de ti. (San Agustin)

Problemas

Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez. (Juan XXIII)

Excelencia

Somos lo que hacemos día a día. De modo que la excelencia no es un acto sino un hábito. (Aristoteles)

Para eso estamos los amigos…




Un buen amigo se alegra y es feliz dando todo por los demás.
Hace tiempo al estar en mi casa, siendo como las 11:00 de la noche, recibí la llamada telefónica de un muy buen amigo mío. Me dio mucho gusto su llamada y lo primero que me preguntó fue: ¿como estas? Y sin saber porqué le contesté: "solísimo".
¿Quieres que platiquemos? Le respondí que sí y me dijo: ¿quieres que vaya a tu casa? Y respondí que sí. Colgó el teléfono y en menos de quince minutos él ya estaba tocando a mi puerta.
Yo empecé y hablé por horas y horas, de todo, de mi trabajo, de mi familia, de mi novia, de mis deudas, y él atento siempre, me escuchó. Se nos hizo de día, yo estaba totalmente cansado mentalmente, me había hecho mucho bien su compañía y sobre todo que me escuchara y que me apoyara y me hiciera ver mis errores, me sentía muy agusto y cuando él notó que yo ya me encontraba mejor, me dijo: bueno, pues me retiro tengo que ir a trabajar.
Yo me sorprendí y le dije: pero porque no me habías dicho que tenias que ir a trabajar, mira la hora que es, no dormiste nada, te quite tu tiempo toda la noche. El sonrió y me dijo: no hay problema para eso estamos los amigos. Yo me sentía cada vez más feliz y orgulloso de tener un amigo así.
Lo acompañé a la puerta de mi casa… y cuando él caminaba hacia su automóvil le grité desde lejos: oye amigo, y a todo esto, ¿porqué llamaste anoche tan tarde?. El regresó y me dijo en voz baja: es que te quería dar una noticia…y le pregunté: ¿qué pasó? Y me dijo…fui al doctor y me dice que mis días están contados, tengo un tumor cerebral, no se puede operar, y solo me queda esperar… yo me quedé mudo… él me sonrió y me dijo: que tengas un buen día amigo… se dio la vuelta y se fue…
Paso un buen rato para cuando asimilé la situación y me pregunté una y otra vez, porque cuando él me preguntó ¿cómo estás? me olvidé de él y sólo hablé de mi. ¿Cómo tuvo la fuerza de sonreírme, de darme ánimos, de decirme todo lo que me dijo, estando él en esa situación?…esto es increíble.. desde entonces mi vida ha cambiado, suelo ser mas crítico con mis problemas y suelo disfrutar más de las cosas buenas de la vida, ahora aprovecho mas el tiempo con la gente que quiero.. por ejemplo él… todavía vive y procuro disfrutar más el tiempo que convivimos y platicamos, sigo disfrutando de sus chistes, de su locura, de su seriedad, de su sabiduría, de su temple, de mi amigo…
Recuerda el Evangelio: "No hay amor mas grande que dar la vida por los amigos".

La amistad y sus valores






Conoce los valores que hacen posible forjar verdaderas y perdurables amistades.
La amistad y sus valores
Una de las más grandes satisfacciones que tiene el ser humano, es la seguridad de contar con grandes amigos. Con el paso del tiempo la amistad se fortalece sin darnos cuenta, la convivencia ha traído aficiones, gustos e intereses en común, compartiendo preocupaciones, alegrías, triunfos y la seguridad de contar con un apoyo incondicional.
La esencia de la amistad radica en los valores, que son el cimiento de las relaciones duraderas, porque nuestra amistad sobrepasa con mucho la superficialidad, sin quedarnos en lo anecdótico, la broma, el buen momento o pasivamente en disposición para lo que se ofrezca.
Es de gran utilidad considerar la importancia que tienen otros valores para fortalecer el valor de la amistad, entre los más importantes se encuentran:
Coherencia
De fundamental importancia es mostrar una personalidad única con todas las personas y en todos los ambientes: vocabulario, modales, actitudes, opinión, y nuestra conducta en general. Nada es más desconcertante que descubrir distintas formas de ser en una misma persona, esto afecta significativamente la comunicación, provoca desconfianza y demuestra falta de madurez.
Flexibilidad
La adaptación a los distintos ambientes facilita la convivencia, facilita la comunicación y permite acrecentar nuestro círculo de amistades. Debemos tomar en cuenta que la persona flexible es amable y servicial siempre, en todo lugar; si sólo tenemos atenciones con las personas que conocemos, no se puede hablar de flexibilidad.
Signos evidentes de flexibilidad son: ceder la palabra; rectificar la opinión, pedir disculpas; participar de las actividades y aficiones que gustan a los demás (siempre y cuando permitan la vivencia de los valores), aceptar los consejos y recomendaciones sobre nuestra persona con sencillez y serenidad.
Como detalle importante, podemos señalar que una persona puede tener varios amigos con intereses diametralmente opuestos; la flexibilidad nos permite alejar ese sentimiento de exclusividad que muchas personas equivocadamente reclaman. Cada persona por ser naturalmente diferente aporta algo distinto en la vida de los demás, en eso consiste el enriquecimiento personal y el cultivo de amistades.
Comunicación
La verdadera comunicación no es una agradable conversación que muchas veces puede ser superficial. Comunicarse significa participar de nuestro yo a nuestros amigos, con la sinceridad de las palabras, transmitiendo nuestros verdaderos puntos de vista y manera de sentir, sólo así existe un intercambio real de pensamientos que desembocan en la comprensión y el entendimiento.
La forma más simple de conservar una amistad, es manteniendo contacto frecuente con nuestros amigos sin importar la distancia, pues unos minutos bastan para hacer una llamada o escribir un correo electrónico. Preguntar por el estado de salud, el trabajo, cual fue el resultado de sus últimos planes, enviar saludos a la familia… tantas cosas que podemos decir que demuestran interés y sincera amistad.
Desgraciadamente hay personas que se llaman amigos, pero sólo aparecen cuando necesitan algo.
Generosidad
Lo importante de este valor es hacer lo posible por otorgar nuestro tiempo, recursos, conocimientos y cualidades cuando los demás lo necesiten, donde no importa si piden o no nuestra intervención. Muchas veces esperamos que nuestros amigos estén a nuestra disposición y lo demuestran con hechos; pero en ocasiones, por distracción o simple comodidad no correspondemos de la misma manera, ¿no es esto una forma de aprovechar y utilizar la amistad en beneficio personal?
La generosidad no tiene barreras, pues los amigos dan su persona desinteresadamente y sin límites: están pendientes de las preocupaciones y necesidades; acompañándose en la enfermedad o en los malos momentos; gozan de los triunfos y las alegrías, sin el sentimiento mezquino de la envidia; la generosidad se extiende a las cosas materiales, la ayuda para reparar el auto…
Lealtad
No hay riqueza más valiosa que un buen amigo seguro. Ser leal supone ser persona de palabra, que responda con fidelidad a los compromisos que la amistad lleva consigo; los amigos nobles no critican, ni murmuran, ni traicionan una confidencia personal y siempre se encuentra veracidad en sus palabras. Son verdaderos amigos quienes defienden los intereses y el buen nombre de sus amigos.
Ser leal también es hablar claro y ser franco; la lealtad también se demuestra al corregir a un amigo que se equivoca.
Agradecimiento
Un pequeño detalle de agradecimiento fortalece nuestra amistad significativamente, no pensemos en objetos, devolver el favor en la misma proporción o cualquier cosa extraña, entre los amigos basta dar las gracias sinceramente como reconocimiento a la ayuda que hemos recibido. Pero hay que decirlo.
Debemos tomar en cuenta que los pequeños detalles son espontáneos y representan verdaderas muestras de afecto, pero nunca deben aparecer como “pago” al beneficio que desinteresadamente recibimos, pues los obsequios, invitaciones y otros detalles, son elementos naturales de una amistad.
Los verdaderos amigos siempre nos ayudarán a superarnos y a vivir mejor, porque el interés está puesto en la persona, no en sus pertenencias, posición o lo divertido que pueda ser. La confianza, el consejo oportuno sobre las buenas costumbres, hábitos, diversiones o el orden de nuestros afectos, constituyen muestras claras de aprecio, compromiso y responsabilidad.
Los valores nos ayudan a encontrar nuevos amigos y mejores amistades, porque nuestra actitud es franca y abierta para todas las personas. Ser un “mejor amigo” no es un objetivo para buscar el reconocimiento o alimentar nuestra vanidad, es una forma de elevar la calidad de las relaciones humanas con nuestro ejemplo.

Valores en la oficina


Valores en la oficina



Crear un ambiente de armonía, colaboración y de gran calidad humana, es el objetivo a alcanzar en todo centro de trabajo.
Valores en la oficina
La práctica de los valores necesariamente mejora las relaciones laborales, forja amistades, incrementa el espíritu de servicio y alienta un ambiente de lealtad y solidaridad en la oficina y centro de trabajo.
No hace falta profundizar demasiado sobre las consecuencias de la falta de valores en una oficina, basta mencionar la falta de cooperación, los comentarios negativos y murmuraciones, el fastidio que provoca asistir un día más a trabajar, el nulo interés por hacer bien las cosas o el poco respeto que se vive entre todos.
Existen muchos lugares dónde las normas y políticas impulsan al personal a comportarse adecuadamente, pero en muchos otros no es así, en cualquier caso, crear un ambiente con calidad humana depende de la intención y las actitudes individuales.
Para vivir los valores en la oficina y por ende ser más productivos y crecer individualmente, podemos considerar como importante llevar a la práctica los siguientes valores:
Docilidad
Es necesario reconocer que existen personas con más experiencia o práctica en el trabajo, lo cual nos enriquece y contribuye a mejorar nuestro desempeño. Aprende a escuchar consejos y seguir indicaciones. Déjate ayudar. Cuando no estés de acuerdo en algo actúa con inteligencia, reflexiona sobre el punto y después expresa tus comentarios en el momento y a la persona adecuada. Esto te ayudará a ser más sencillo y participativo logrando un verdadero trabajo en equipo.
Orden
Planea tu día anotando tus citas y los pendientes a resolver; ordena tu escritorio, documentos, archivero y equipo de trabajo, un lugar desordenado siempre provoca pereza. Si hace falta, haz un horario de actividades y síguelo al pie de la letra; no te preocupes si al principio no lo vives bien y sientes que el tiempo no te alcanza, es la falta de hábito.
Laboriosidad
El punto clave para ser más eficientes es comenzar a trabajar inmediatamente, sin perder el tiempo pensando cual es la tarea más fácil o agradable de realizar; tu sabes cuales son las más importantes y necesarias aunque no te gusten. Procura tener al alcance todo lo necesario para iniciar cada labor, evitando interrupciones que te obligan a permanecer poco tiempo en tu lugar. Ayuda mucho no perder el tiempo en el café o platicar sobre asuntos que no conciernen a la actividad laboral.
Responsabilidad
Este valor se vive mejor cuando somos puntuales en el horario de oficina y la asistencia oportuna a las citas y eventos propios de nuestra actividad; entregar nuestro trabajo a tiempo, corregido y perfectamente presentado.
Respeto
El respeto se entiende mejor cuando procuramos tratar a los demás de la manera en que deseamos ser atendidos, saludar a los demás, emplear un vocabulario adecuado, pedir las cosas amablemente, dejar el sanitario en perfectas condiciones después de usarlo y evitar inmiscuirse en la vida privada de los demás, es la forma más sencilla de vivir este valor en la oficina.
Es de suma importancia evitar un ambiente dónde se murmura y crítica a espaldas de los interesados, respecto a su trabajo o la vida personal, costumbres y modo de vestir. Si no se puede decir algo positivo, lo mejor es callar. ¿Puedes imaginar lo que dicen de tu persona?
Decencia
Se debe evitar a toda costa la coquetería con los compañeros del sexo opuesto, sobre todo si existe un vinculo matrimonial. Las buenas relaciones nunca deben dar lugar a comentarios que hagan dudar de tu prestigio personal. Cuidar la forma de vestir y las posturas provocativas. La atención y el trato que debemos a los demás, jamás deben confundirse con caricias o familiarismos que no corresponden al lugar ni a la relación profesional que impera.
Servicio
La convivencia se hace más agradable cuando existe la ayuda mutua: adelantarse a servir el café, colaborar en el trabajo de los demás, ofrecerse a buscar unos documentos, ceder un lugar a la hora de la reunión o limpiar un desperfecto en las áreas comunes, son pequeñas acciones que todos agradecemos.
Lo más difícil es pasar de la teoría a la práctica, del entusiasmo al esfuerzo continuo, pero sobre todo, reconocer que en todo lugar y en medio de nuestras actividades cotidianas, existe la oportunidad de vivir los valores de manera natural.
En verdad existen oficinas donde se respira armonía y tranquilidad, pero siempre se cuenta con el empeño individual por hacer del trabajo un lugar agradable. Las buenas costumbres y atenciones a todos nos agradan y basta que una persona viva los valores para comenzar a contagiar a los demás y dar ejemplo, esa es la clave de la buena convivencia y de las relaciones perdurables.

SER SINCERO CON UNO MISMO


Para que nuestra vida tenga un sentido pleno es necesario comunicarse con honestidad con el yo que todos tenemos dentro. Está en nosotros tomar las riendas.
Cuando somos sinceros, nos comunicamos con transparencia. No fingimos y llegamos al otro sin corazas. Esta sinceridad se fortalece cuando estamos alineados en pensamientos, palabras y acciones. En cambio, cuando nuestras palabras expresan un mensaje mientras nuestro cuerpo está transmitiendo otro, estamos desalineados. Esto indica que nuestro diálogo interior no es claro, ni fluido. Quizá ni siquiera nos planteamos esa conversación entre corazón y mente, entre intuición y lógica.
Decirse la verdad a uno mismo es difícil. Según Epicuro, los tres pilares de una buena vida son la cultura, la amistad y el diálogo basado en la palabra. Esta debe ser profunda y verdadera para que todo tenga sentido y contenido. La dificultad radica en la falta de diálogo sincero con uno mismo. Las causas que nos lo dificultan son varias:
- Nos parece complicado mirar hacia nuestro interior. No se nos ha educado en ello. La sociedad del consumo y del entretenimiento provoca estímulos que nos distraen, y nos olvidamos de nosotros mismos. Es lo que buscan muchas personas, mirar hacia fuera antes que ordenarse por dentro. Muchas caen en un consumismo fácil, que les arrastra además a una carga económica adicional.
"La mayor parte de las personas occidentales son más testigos que ciudadanos que participan y reaccionan", me dijo recientemente Federico Mayor Zaragoza. Si mantuviéramos un diálogo sincero con nosotros mismos, adoptaríamos posturas más radicales, más transformadoras de la realidad. Dejaríamos de ser espectadores para ser actores que inciden en el mundo y lo transforman. Para ello, Gandhi ya nos dijo que "debemos ser el cambio que queremos ver en el mundo". El cambio empieza en cada uno de nosotros y se basa en ser sinceros con lo que queremos.
Hablarnos con honestidad
"El diálogo más difícil es el que debemos mantener con nosotros mismos" (Epicuro)
- Tememos ver nuestras sombras interiores, nuestros miedos y nuestra vulnerabilidad. Huimos de ello viviendo hacia fuera. "No te entregues a tus miedos -dice el alquimista en la obra de Paulo Coelho-; si lo haces, no podrás hablar con tu corazón".
- Dedicamos poco tiempo a la reflexión y al auténtico diálogo. Tenemos conversaciones pendientes con nosotros mismos y con otras personas. Al irlas posponiendo, funcionamos más con el piloto automático, con patrones de comportamiento "habituales". Las conversaciones sinceras nos facilitan ver con claridad lo que tenemos que conservar, mejorar o modificar. Hagamos una lista de conversaciones pendientes y dediquemos un tiempo para tenerlas. Dejemos de posponer y abrámonos al diálogo.
- Nos preocupa excesivamente la opinión de los demás. Nos evaluamos basándonos en la visión que el otro tiene de nosotros. Pero seríamos más felices y tendríamos una mejor autoestima si nuestro sistema de autoevaluación se rigiera por nuestros valores, nuestra ética de la responsabilidad y nuestro diálogo interior. Sin embargo, desde jóvenes aprendimos a depender de la aprobación ajena. Cuando hacíamos algo correcto según su mirada, se nos consideraba buenos. Y confundimos esa mirada de aprobación con amor. Pero cuando hacíamos algo erróneo según su mirada, se nos etiquetaba de "malos" y se nos negaba esa ola de energía apreciativa. Así aprendimos desde la infancia a creer en "ser bueno" o "ser malo" y creció en nosotros el sentimiento de culpa, cuya esencia es el autorreproche moral. Aunque preferimos culparnos que cambiar un patrón. Ser sinceros con nosotros mismos es ir a la raíz de lo que debemos arreglar. La culpa nos avisa de ello. Si nos disponemos a verlo, a dialogar y a aclararlo, vamos bien encaminados.
Estamos constantemente conversando con nosotros mismos. Incluso cuando no somos conscientes de ello, nuestra mente está en una cháchara constante. Cuando los pensamientos que creamos son inconexos entre sí, las palabras provocan ruido mental, que supone una polución de pensamientos inútiles y sin sentido. En esos momentos es bueno pararse, respirar profundo, centrarse y conectar con lo que sentimos. Así recuperaremos la sinceridad de la palabra que surge del corazón.
Ser sinceros con nosotros mismos implica escucharnos. Hay muchas voces internas que nos hablan, como son la voz del miedo, del ego, de la avaricia y los deseos, del pasado, de la autoestima, de los valores, de nuestros anhelos más profundos, además de las voces de las personas que tienen relación con nosotros y que nos dan su opinión. Para tomar decisiones adecuadas es necesario tener un buen discernimiento. ¿A qué decimos sí y a qué decimos no? Necesitamos estar centrados. Eso se consigue meditando.
También nos ayuda a decidir el tener claros nuestros objetivos. Así podremos evaluar cuáles de las oportunidades que se nos presentan nos acercan a lo esencial y cuáles nos alejan. Aunque en nuestra conciencia sabemos que a veces deberíamos decir "no", decimos "sí" por miedo a ofender, a parecer incapaces, por vergüenza, para evitar un enfrentamiento o incluso por culpabilidad de no estar ahí para alguien. Entonces es un "sí" con sumisión, en el que nos dejamos llevar por la inercia. Gandhi escribió: "Debemos negarnos a dejarnos llevar por la corriente. Un ser humano que se ahoga no puede salvar a otros".
Nuestro yo interior
"Somos una conversación" (Hölderlin)
Tanto si decimos "sí" o si decimos "no", cuando la decisión se basa en algún miedo, tendremos que justificarla e internamente nos sentiremos inseguros porque nuestro corazón no está ahí. Una decisión basada en el temor y con el objetivo de mantener una aparente seguridad, paradójicamente, nos mantiene inseguros por dentro. No hemos sido sinceros con lo que sentimos.
Se trata de aprender a decir "sí" o decir "no" con asertividad, con respeto hacia uno mismo y hacia el otro. Decir "no" con asertividad y con energía positiva implica que lo hemos reflexionado, que tenemos buenas razones para decir "no". Nuestro "no" surge de una energía positiva y no del rechazo, ni del rencor. Sentimos empatía hacia la persona o situación. Pero le explicamos que no es el momento y le ofrecemos alternativas.
Escuchar nuestra conciencia
"Nunca podrás escapar de tu corazón. Así es mejor escuchar lo que tiene que decirte" (Paulo Coelho)
Estamos condicionados mentalmente a juzgar. Nuestro juez interior etiqueta a los demás y a nosotros mismos. Entrar en un espacio de conversación sincera con uno mismo requiere manejar a nuestro saboteador y juez interior que no acepta lo que es, que etiqueta precipitadamente y reprime la voz de nuestra intuición, de nuestro corazón. Necesitamos un diálogo que nos permita poner al crítico interior "en su sitio", que deje de reprimirnos y de obstaculizar nuestras ilusiones. Para ello debemos escuchar la voz de nuestro corazón y atrevernos a seguirla. En la reflexión silenciosa conectamos con lo que realmente queremos, y desde ahí iniciamos el diálogo sincero.
Ser sincero con uno mismo es una liberación, ya que uno deja de intentar ser otra persona. Dejamos de estar divididos entre dónde estamos y dónde nos gustaría estar, eliminamos la tensión entre el aquí y el allí. Dejamos de compararnos continuamente con los demás. Nunca podemos ser otro. Cuando queremos aparentar y vivir la vida como la vive otro, dejamos de estar presentes y negamos nuestra excepcionalidad, belleza y valor como individuos. La sinceridad nos conecta con ello estando presentes en nosotros mismos. Esta presencia facilita alinear la voz de nuestra conciencia con lo que decimos y hacemos. Así, nuestras decisiones son coherentes con nuestros valores.

CREATIVIDAD ANTE LAS DIFICULTADES


 Cuando somos niños, vivimos limitados por nuestros mayores. Para educarnos nos van marcando las pautas de interacción con las personas, con nosotros mismos y con el mundo. Esto nos lleva más tarde a actuar, a relacionarnos con los límites de diferentes maneras: ya sea marcando y reconociendo nuestros límites, o limitándonos a nosotros mismos.


Las limitaciones humanas
Hablar de limitaciones es muy complicado, pues podemos entrar fácilmente en un juego de palabras, ya que utilizamos el vocablo ‘limitación’ como sujeto de una oración, de la misma manera que lo utilizamos como verbo. Tenemos entonces que empezar por diferenciar sobre cuál es el uso gramatical que le damos. Como seres humanos somos limitados y nos enfrentamos a diferentes limitaciones. Por ejemplo, no podemos volar; no podemos vivir eternamente; no podemos adivinar los pensamientos de los demás, etc. Entendemos entonces aquí las limitaciones como fronteras con las que nos topamos, como algo que nos marca un “hasta aquí” y que está fuera de nuestro control. La muerte y la enfermedad son ejemplos claros, con los que todo ser humano se topa en algún momento de su vida. Por otro lado, tenemos la experiencia de la limitación que nos remonta a nuestra infancia, donde no solamente nos enfrentábamos a más limitaciones de las que nos enfrentamos en la vida adulta, pues incluso hay un momento de completa dependencia en el que no podíamos ni caminar… La experiencia de la limitación implica que alguien externo a nosotros (o nosotros mismos) nos marque(mos) los límites. Nuestros padres lo hicieron cuando fuimos pequeños. Nos dijeron a qué hora dormir; cuánto tiempo dormir; a qué hora comer; cómo y cuánto comer; cómo comportarnos, etc. Nos limitaron el tiempo de juego y de ver televisión.
Aquí el significado de limitación tiene que ver con que alguien o algo me administre o me controle, por decirlo de alguna manera. Ahora que hemos hecho la diferenciación, quiero expresar que mi deseo al escribir este artículo es proporcionar algunas pistas que te ayuden a evitar que tus sujetos (los límites, o limitaciones) se conviertan en verbos (limitaciones o limitantes). Quizá te preguntes cómo lo puedes lograr, o cómo saber que un límite se ha convertido en una limitante. Permíteme compartir contigo un ejemplo que considero que nos puede servir. Me estoy preparando para compartirte algunas ideas sobre los límites y empiezo a ser consciente del enorme revolotear de ideas que aparecen en mi mente. Algunas de ellas pueden incluso parecer contradictorias. Descubro que mis conceptos son confusos. Me siento inquieta desde el momento en el que acepté la invitación a escribir sobre este tema y reconozco que intentar hacer un escrito sobre límites y limitaciones no está siendo tarea fácil. Trato de empezar con una frase que suene congruente y aparece un pensamiento que echa a la borda lo que he escrito. No avanzo. Parece imposible que pueda terminarlo Podría darme por vencida en este momento, porque creo que “no puedo”; que esto es demasiado complejo; que no alcanzo la claridad necesaria para escribir sobre este tema; que esto definitivamente no es para mí. Me he movido en la dirección de quedarme paralizada frente a los límites que se me están presentando, y al declararme incompetente para escribir este artículo habré convertido una serie de límites reales en una limitación personal. Es real que mi confusión y mi nerviosismo son límites con los que me estoy topando y que no me dejan avanzar. Pero el acto mismo de “darme por vencida” sería limitarme.
Y esa ya sería una elección. Consciente o inconsciente, pero elección a fin de cuentas. Habría decidido limitarme y definitivamente no era mi única opción. Quizá te preguntes si acaso había otras opciones, y cuáles hubieran sido. ¡Claro que las había! De entrada tenía la opción de explorar mis límites. Explorarlos en el ejemplo que estoy planteando sería el equivalente a intentarlo, a buscar otros recursos como revisar bibliografía, preguntar a algunos colegas sus opiniones al respecto; en fin, tomar el riesgo de escribirlo con los recursos con que cuente o con los que encuentre, incluso ante la posibilidad de que lo que escriba sea rechazado. Y entonces… ¿no tengo derecho a negarme a hacer algo? O dicho de otra manera, ¿no tengo derecho a marcar mis límites y decir que no? Tengo todo el derecho a marcar mis límites. De hecho es muy sano que lo haga. El problema está en que me di por vencida y me niego porque creo que no puedo, y no porque esté decidiendo marcar un “hasta aquí”. No estoy marcando un límite, sino limitándome. Marcarme un límite, tomando nuevamente la referencia del ejemplo anterior, sería que habiéndolo intentado con diferentes opciones como revisar algunos libros o pedir opiniones, pudiera darme cuenta de que la cantidad de tiempo que necesito para escribir un pequeño artículo es más de la que estoy dispuesta a invertir. Entonces podría decidir marcar un límite, y este sería rechazar la invitación a escribir un artículo porque reconozco que el tiempo que necesito está por encima de lo que deseo invertir, en lugar de limitarme y convertirme en la persona que “no puede escribir, pues no se le da”, y que no piensa escribir nunca debido a su incompetencia. En este sentido podemos observar que los límites son reales, y que lo que marca la diferencia en mi actuación no es lo que pasa, sino lo que hago con lo que pasa. Es decir, no son los límites a los que me enfrento o aquellos que aparecen los que me limitan, sino que soy yo misma dada la manera en que me relaciono con ellos cuando aparecen, la que puede estarse limitando. Así entonces tenemos dos tareas:
1. Identificar el o los límites
2. Decidir la manera de “actuar” o relacionarme con cada límite identificado

¿Qué son los límites?, ¿para que sirven?
Cuando era niña no tenía la más remota idea del significado de la palabra ‘límites’, pero la sensación de incomodidad y de disgusto cuando escuchaba un “basta”, un “hasta aquí”, esa sí que la conocía y no me agradaba en lo absoluto. Sabía perfectamente que en cuanto aparecían, se terminaba la diversión. Hoy que soy una adulta, aunque conozco su utilidad, he de confesar que sigo viviéndolos como algo incómodo y lo relaciono con cierta frustración de primera instancia. Sin embargo al pasar los años he podido observar que hay momentos en los que la sensación de tocarlos me ha dado alivio y seguridad, y que independientemente de la experiencia que viva al relacionarme con ellos, los límites tienen una razón de existir. No son sólo un capricho de la naturaleza humana que aparecen para fastidiarme la vida. Puedo darme cuenta de dónde inicia y dónde termina cada una de las cosas que tengo frente a mí, e incluso diferenciar una cosa de otra gracias a que su existencia está delimitada por el espacio que ocupan. En otras palabras, podemos observar que una de las funciones de los límites es marcar, diferenciar, dar identidad. Y digo dar identidad pues gracias a ellos puedo identificar que esto es la pluma y no es el escritorio, aunque estén juntos. Mejor aún: puedo diferenciar que esta soy yo y a través del límite de mi cuerpo, puedo darme cuenta de dónde empiezo y dónde termino. Nuestro cuerpo es nuestro contenedor. Físicamente contiene nuestros órganos; emocionalmente, nuestros sentimientos; y mentalmente, nuestros pensamientos. Así nos damos cuenta de cuando algo está pasando en nosotros (límites internos y límites externos). El hecho de ser contenidos, de tener un contenedor, es un recurso que nos brinda protección; que provoca sensaciones de seguridad, de pertenencia con respecto a lo que es mío y lo que no lo es. Los límites son fronteras, son necesarios en nuestra vida. Además de ayudarnos a tener una identidad y diferenciarnos del mundo, pueden fungir como un contenedor que nos protege y nos brinda seguridad

¿Cómo relacionarme con las limitaciones?
Las limitaciones humanas existen y están fuera de nuestro control. Pueden resultar frustrantes y desagradables, pero como ya vimos, tienen su utilidad y su razón de existir. Son un recurso. Y la buena noticia es que las acciones, aquellas que hago una vez que me topo con una de estas limitaciones, sí están en mis manos y puedo controlarlas. Es decir, puedo elegir las acciones y la manera de relacionarme con cada uno de mis límites. Puedo decidir cómo quiero abordarlos. Me gusta imaginar que hay tres personajes que nos pueden mostrar las diferentes opciones que tenemos para relacionarnos con las limitaciones:
• El niño obediente
• El adolescente rebelde
• El adulto creativo
El niño obediente, una vez que se encuentra un límite, se para en seco. No avanza. Muy posiblemente se asuste. Se puede quedar inmóvil observando el límite. Este personaje no sabe hacer otra cosa más que seguir las normas, y un límite es una especie de norma que dice “hasta aquí”. Acostumbrado a que le digan qué hacer (y a obedecer), estará esperando la siguiente instrucción; o que le brinden los medios para avanzar. Hasta que esto no suceda, se quedará paralizado. Cuando el adolescente rebelde se encuentra un límite trata de pasarlo a toda costa, no importa la manera o los medios que tenga que utilizar. Se rebela ante la existencia o aparición de cualquier tipo de limitación. Muy posiblemente se enoje e intente quebrantarla, aún cuando salga lastimado. Este personaje vive los límites como obstáculos que le impiden seguir su camino o hacer “su voluntad”. Está acostumbrado a hacer las cosas “a su manera”, por lo que invade y enfrenta los límites luchando, peleando o brincándoselos… y encontrará siempre una razón que lo justifique. El adulto creativo, cuando se da cuenta que se ha topado con un límite, lo explora, revisa cuidadosamente su razón de ser, lo valida y empieza a buscar las diferentes alternativas y los recursos con que cuenta para enfrentarlo. Ya sea negociándolo, rompiéndolo o bien respetándolo.
Este personaje actúa y toma decisiones con base en lo que hay, y no en lo que le gustaría o lo que debería hacer. Busca opciones para lograr sus objetivos sin pasar por encima de los demás. Quizá suene extraño romper un límite, pero a veces es necesario. Por ejemplo, cuando era niña tenía el límite de no conversar con extraños, lo cual me protegía, pues era vulnerable y fácilmente podían engañarme. Si como adulta no rompo ese límite; es decir, si no lo paso y no me doy la oportunidad de entablar una plática con alguien que no conozco, quizá dejaré pasar buenas oportunidades de relacionarme con otras personas. Aquí la enorme diferencia es que como adulta ya cuento con nuevas herramientas y puedo protegerme de otras maneras. Revisemos una misma situación con las diferentes maneras de relacionarse con la limitación: Una persona que pierde un miembro. El niño obediente podría convertirse en la víctima que viva dependiendo de los demás porque “no puede”, le falta eso que los demás sí tienen. El adolescente rebelde quizá no acepte la ayuda de nadie y pretenda vivir como si nada le hubiera pasado. Negándose a reconocer su limitación se pone en un estado vulnerable que puede llevarlo a lastimarse más en una caída, o sufrir algún accidente. El adulto creativo empezará por revisar hasta dónde llega su limitación. Es decir, a identificar lo que puede hacer y lo que no; en qué necesitará ayuda y en qué no, para así adaptarse a su nueva situación. No sólo la aceptará, sino que pedirá ayuda sólo cuando la necesite. Se trata entonces de buscar la manera de relacionarnos con nuestras limitaciones desde el adulto creativo. De esta manera evitamos que se conviertan en nuestras limitantes.

Reconocer nuestras limitaciones
En el ejemplo anterior, reconocer la limitación fue muy fácil pues se trataba de un límite tangible, algo que podemos ver y tocar. Pero en el caso de nuestras limitaciones psicológicas no es tan sencillo, pues nuestras ideas, pensamientos, emociones, valores y creencias son intangibles. De hecho, a veces son inconscientes. Por ello es tan importante empezar por conocernos a nosotros mismos trayendo al plano consciente el mayor número de piezas posibles sobre nosotros mismos. Te propongo un ejercicio que puede servirte. Elabora una lista de las características que te describen; aquellas que consideras que te definen como persona; aquellas que te reconoces y/o aquellas que las personas a tu rededor te han comentado. Luego anota frente a cada una de ellas su opuesto, y quiero aclarar que se trata de lo que para ti sea su opuesto, y que lo nombres como tú decidas. Por ejemplo:
Característica que me describe   - Su opuesto
Inteligente                               - Tonta
Enojona                                  - Tolerante
Tenemos entonces una lista de características a la izquierda con las que te identificas, y una lista de características a la derecha a las que no necesariamente reconoces como tuyas. Ahora bien, tienes la posibilidad de explorar tus límites con base en estas características que anotaste en el lado derecho, y del izquierdo también si es que no lo has hecho antes. Esto sería como observarte en diferentes situaciones de tal manera que puedas conocer tu manera de ser inteligente y tu manera de no serlo; o de ser tonto(a), y que puedas reconocer ambos como tus propios límites con los cuales te vas a enfrentar tarde o temprano. Explorar las características como límites me permitiría, más que definirme como persona enojona o tolerante, conocerme como persona completa que puede manifestar ambas características y saber cuándo utilizar cada una. Por ejemplo, en una discusión que pudiera llevarme a darle vueltas a una situación sin llegar a nada, quizá desee y decida cuál de ellas mostrar. Puedo hacer eso en lugar de actuar solamente bajo mi enojo, lo cual sería limitarme a explorar mi capacidad de tolerancia. Así tenemos entonces que en la medida en que voy teniendo la capacidad de conocer más aspectos de mi persona, de explorarlos, de reconocer las limitaciones que mi condición de ser humano me impone y enfrentarlas de manera creativa, correré menos el riesgo de convertir límites en limitantes, de tal manera que:
• Puedo vivir el límite de no tener piernas, pero eso no me limita para avanzar.
• Puedo no tener manos, pero eso no me impide crear.
• Puedo sentir tristeza, pero eso no me limita para sonreír.
• Puedo conocer mi parte egoísta, y no limitarme para dar amor.
• Puedo tocar mi límite para compartir, y eso no me limita para ser generosa.
• Puedo reconocer mi límite para abrirme, y no me impide mostrarme.
• Puedo tocar mi límite para cerrarme, lo que no me impide reservarme.
No importa cuáles sean las limitaciones que enfrentemos. Lo importante es lo que hacemos con ellas. El secreto está en que vivamos creativamente la manera de relacionarnos con cada una de estas que la vida nos presenta.

Preguntas para reflexionar
1. ¿Cuáles son tus limitaciones físicas y psicológicas actuales?
2. ¿Qué haces cuando te enfrentas a alguna de tus limitaciones?
3. ¿Cómo te marcaban límites los adultos cuando eras niño?
4. ¿Qué relación encuentras entre los límites de los adultos y tus límites actuales?
5. ¿Cuál es tu personaje favorito o el que más representas al relacionarte con tus limitaciones?

Bibliografía
Anselm Grün Ramonarobben, (2006), Marcar límites/ respetar los límites por el éxito de las relaciones. Bilbao, Desclée de Brouwer.

TEMORES



Temía estar solo, hasta que aprendí a quererme a mí mismo.
Temía fracasar, hasta que me di cuenta que únicamente fracaso cuando no lo intento.
Temía lo que la gente opinara de mí, hasta que me di cuenta que de todos modos opinan.


Temía me rechazaran, hasta que entendí que debía tener fe en mi mismo.
Temía al dolor, hasta que aprendí que éste es necesario para crecer.
Temía a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras.
Temía a la muerte, hasta que aprendí que no es el final, sino más bien el comienzo.
Temía al odio, hasta que me di cuenta que no es otra cosa más que ignorancia.
Temía al ridículo, hasta que aprendí a reírme de mí mismo.
Temía hacerme viejo, hasta que comprendí que ganaba sabiduría día a día.
Temía al pasado, hasta que comprendí que es sólo mi proyección mental y ya no puede herirme más.
Temía a la oscuridad, hasta que vi la belleza de la luz de una estrella.
Temía al cambio, hasta que vi que aún la mariposa más hermosa necesitaba pasar por una metamorfosis antes de volar.
Hagamos que nuestras vidas cada día tengan mas vida y si nos sentimos desfallecer no olvidemos que al final siempre hay algo más.
Hay que vivir ligero porque el tiempo de morir está fijado.
Ernest. Hemingway

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