De frente a los conflictos, la persona
reacciona automáticamente con un tentativo de autodefensa de parte de la psique.
Cuando somos tocados por mensajes negativos que no logramos integrar, como
desilusiones, fracasos, heridas afectivas, etc., estos mensajes provocan
estados de ansia y sentimientos de incertidumbre y fragilidad. Nuestro «yo»
sufre, se defiende e intenta proyectarse para atenuar el ansia y el miedo de no
sentirse amado y estimado, poniendo en acto determinadas cargas que miran a
eliminar o mitigar este dolor[1].
Estos sectores conflictivos se pueden
relevar observando los mecanismos de defensa que son: «procesos mentales
habituales, inconscientes y a veces patológicos, que el Yo usa para hacer
frente a conflictos con la realidad externa o interna afectiva»[2]. Su finalidad es enmascarar con comportamientos
exteriores la realidad interior, y de esta forma mantener el equilibrio del Yo,
proteger la estima de sí amenazada por las fuerzas pulsionales y neutralizar
los conflictos que parecen no tener solución.
Son reacciones inconscientes de un sujeto incapaz
de afrontar un conflicto o de salir de una frustración en modo razonable,
reacciona emotivamente o irracionalmente, o sea, sin tomar en consideración el
bien total de la personalidad, ayudan a la persona cuando se siente amenazada,
pero lo hacen de forma inadecuada, distorsionando la realidad. En los
mecanismos de defensa podemos relevar tres características comunes:
a) Niegan, falsifican o deforman la realidad
interna y externa,
b) Son automáticos y no actos deliberados,
Así como cada individuo es único, del mismo
modo los mecanismos de defensa son diferentes para cada uno; por eso no hay una
clasificación que agote estos dinamismos inconscientes. Sin embargo, en los
siguientes parágrafos, señalaremos los métodos más usados para vencer, evitar,
circundar, escapar, o ignorar las frustraciones y amenazas:
a) Sublimación: por medio de este mecanismo, el impulso
es canalizado a una nueva y más aceptable salida. Es decir, una pulsión se
sublima en la medida que es desviada a un nuevo fin, no sexual, y se dirige
hacia objetos socialmente valorados[4], como la religión, la vocación religiosa,
la actividad artística y la investigación intelectual, etc.
b) Represión: es una suspensión, una inhibición de los
propios sentimientos, deseos, tendencias, contenidos psíquicos de la
afectividad, el individuo utiliza este mecanismo cuando conoce, siente o teme
que estos contenidos pueden ser inaceptables desde cualquier punto de vista[5]. A este fin, el inconsciente nos hace
olvidar enérgicamente eventos o pensamientos que serían dolorosos si se les
permitiese acceder a nuestro pensamiento. Se trata de un rechazo automático que
deriva de la percepción de un posible peligro. Su finalidad es regular no sólo
las tendencias nerviosas, sino también el egoísmo y el amor propio[6].
c) Proyección: mediante este mecanismo, los sentimientos
o ideas dolorosas se proyectan hacia otras personas o cosas cercanas pero que
el individuo siente ajenas y que no tienen nada que ver con él. Es el mecanismo
paja-viga[7]. Es decir, veo la viga en los demás, pero
descuido mi paja, sin darme cuenta que, a veces, la viga de los otros es sólo
mi paja agigantada[8]. Al final, la manera de sacar la paja del
ojo de mi hermano no puede consistir sino en la dedicación exclusiva a sacar la
viga del propio ojo para ver con claridad.
d) Negación: consiste en la no consideración de
esenciales aspectos parciales del propio ambiente físico, psíquico o social[9]. En la vida consagrada se puede manifestar
como una forma de negar la prueba, siendo incapaces de captar la provocación
incesante que se esconde en las realidades pequeñas o grandes de cada día. «Sin
la más mínima duda ni el menor replanteamiento, siguen adelante a celebrar con
la mayor sequedad un culto ciertamente nada agradable a Dios»[10]. Creen que todo va bien, aun cuando pasan
por encima de las provocaciones cotidianas.
e) Racionalización: es una variante típica de la negación,
suponiendo la no percepción a la prueba y por lo tanto, la falta de experiencia
en Dios[11]. Por este mecanismo entramos en la lógica de
querer sustituir una razón inaceptable pero real, por otra aceptable. Es decir,
poner razones plausibles a las propias opiniones o acciones: se cree así poder
explicarlas, pero ignorando las verdaderas motivaciones, menos aceptables que
son su verdadera fuente. Se trata de justificar a posteriori un acto a través de un proceso lógico y racional[12].
f) Regresión: es el retorno a un funcionamiento mental
de nivel anterior[13]. Se manejan los conflictos y las
frustraciones afrontadas de modos más primitivos, propios de una etapa
precedente[14], manifestando un cierto infantilismo. Este
mecanismo se actúa cuando se tiene que sostener una situación frustrante,
afectivamente conflictiva, que cree no poder enfrentarla de otra manera[15].
g) Formación
reactiva: consiste en
enmascarar un motivo o emoción para transformarlp en su contrario, por ejemplo,
encubrir un odio con manifestaciones exageradas de afecto, su finalidad es
prevenir que emerja un pensamiento doloroso o controvertido. El pensamiento es
sustituido inmediatamente por uno agradable.
h) Aislamiento: este mecanismo mantiene separado a lo que
en realidad está muy unido al Yo al menos en instancias inconscientes. Evita
que surja una reacción afectiva amenazadora, confinando selectivamente la
propia atención en los aspectos cognoscitivos, no emotivos, o despersonalizados
del deseo o impulso profundo.
i) Desplazamiento: es la condición en la cual no sólo el
sentimiento conectado a una persona o hecho en particular es separado, sino que
además ese sentimiento se desplaza a otra persona o hecho.
Cuando las técnicas de ajuste del
comportamiento no bastan para equilibrar la realidad, el resultado puede llegar
al estrés y a respuestas neuróticas como ansiedad o depresión, acompañadas por
disfunciones biológicas, como las del apetito y el sueño o fisiológicas, como
las llamadas afecciones psicosomáticas (por ejemplo, úlceras gástricas).
De frente a los conflictos, la persona reacciona automáticamente con un tentativo de autodefensa de parte de la psique. Cuando somos tocados por mensajes negativos que no logramos integrar, como desilusiones, fracasos, heridas afectivas, etc., estos mensajes provocan estados de ansia y sentimientos de incertidumbre y fragilidad. Nuestro «yo» sufre, se defiende e intenta proyectarse para atenuar el ansia y el miedo de no sentirse amado y estimado, poniendo en acto determinadas cargas que miran a eliminar o mitigar este dolor[1].