Determinismos.
La parte positiva de todo esto es también su contraparte negativa. Es positiva porque mantiene en orden predecible el desarrollo social, algo que valoramos mucho los seres humanos, porque estamos habituados a habituarnos. Pero es negativa, cuando ese mismo orden predecible se convierte en dogma y se lo entroniza como la medida de todo pasado, presente y futuro.
No sólo Sócrates, sino muchos otros han retado ese orden, con la intención consciente o inconsciente de abrir la brecha del progreso; pero el determinismo reinante ha sido siempre el principal escollo. De esta manera, la sociedad (o sus líderes), queriendo mantener una identidad homogénea han estigmatizado a quienes muestran diferencias, es decir, que han condenado a quienes han decidido afirmar su propia individualidad para pensar, sentir, e incluso rendir culto. Por eso, la gran mayoría ha visto más fácil dejar que los otros piensen por ellos, con la esperanza de que sepan a dónde se dirigen. Entonces nos escudamos detrás de los determinismos, porque podemos culpar a nuestros genes, a la educación que recibimos de nuestros padres y a nuestra realidad circundante. Así preservamos una identidad, que llamamos nuestra porque la hemos asimilado, aunque para ello hayamos renunciado a ser responsables de nosotros mismos.
Pero cuando, por medio del pensamiento, vislumbramos algo mejor y apuntamos todo esfuerzo a lograrlo, incluso si la mayoría lo ridiculiza, nuestra individualidad se fortalece y nos hace realmente capaces de compartirnos profundamente con otros que pueden o no apoyarnos. Esta interdependenciase alcanza debido a la madurez de aceptar que nuestra libertad colinda con la de otros. Y es esa interacción la que nos invita constantemente a examinar nuestros paradigmas, a fin de evaluar si describen o no el terreno que pisamos.
Una línea, más que un punto.
En esto de la identidad hay mucho por decir, cada uno desde su perspectiva; pero creo que hay algo en lo que podemos convenir, y es que al hablar de una búsqueda de identidad no pensamos en un punto al cual se llega, como si fuera posible estandarizar una forma de ser; más bien hablamos de una línea que se construye todos los días, partiendo del bagaje que se nos ha inculcado, pasando por cómo hemos llegado a interpretar ese bagaje y su aplicación a nuestra propia vida mediante el pensamiento, hasta llegar a la interacción continua con otros seres humanos y con tantas circunstancias cambiantes que nos desafían a pensar y volver a pensar sobre nosotros, los demás y el mundo. Y todo este proceso converge en un individuo único, con sus sueños, ideales, desafíos y problemas, que debe elegir y ser responsable de su elección.
(Nota: El hecho de que este artículo lleve “2”, no significa que sea una necesaria continuación del anterior, sino que era más fácil agruparlo bajo un mismo título, porque se trata el mismo tema.)