luz y paciencia


Dos formas de conciencia: luz y paciencia


Nada podemos sin la ayuda de los otros, las otras. “Una no puede nada si no está solidariamente sostenida”, era la frase con la que Laura Bonaparte, de las Abuelas y Madres de la Plaza de Mayo, línea Fundadoras, de Buenos Aires, comenzaba sus dis- cursos. En el pecho llevaba las fotografías de siete fa- miliares, entre ellos esposo, hijos, nietos, desapareci- dos durante la dictadura argentina, de los cuales re- cuperó sólo a una nieta.

Los “otros” son, en días nublados, el vehículo con que se viste el calor. La forma concreta del consuelo, la comprensión, la aceptación. El mundo puede volver a ser amable por ellos, por ellas.Y por otra parte, no sabemos cuánto nuestros más nimios gestos puedan ser, para aquellos con quienes nos cruzamos a diario, el signo de un día soleado, el anuncio de que la crisis no es absoluta, de que la tormenta pasará.
Los otros son nuestra epifanía: la manifestación de un misterio que nos rebasa y nos invita a cre- cer. No sólo su presencia gentil es un rescate para volver a constatar que las altas mareas no nos han ahogado; también su claridoso empujón, al per- mitirnos diálogos dolorosos, nos llama a observar- nos mejor, a entender qué frase o gesto pudimos dejar de haber pronunciado o hecho, o constatar que el otro es, precisamente, otro distinto de no- sotros, es decir, un misterio.
A veces no nos queda sino el pasmo, y dejar pa- sar el tiempo, cuando algún diálogo se interrumpe por alguna razón que no acabamos de entender. Si se trata de un amigo cercano, el dolor tardará en amainar. Cuando es un hermano, o alguien cercano a nuestros hermanos, podemos sentirnos de nuevo
niñas o niños desamparados por la puerta que se cerró de golpe y nos dejó con nuestra ofrenda en el pasillo, solos. “Nuestra” ofrenda, “nuestra” pala- bra, “nuestra” explicación, que tampoco son sino eso: los nuestros.Y los otros pueden rechazarlos, in- terpretarlos. Pero la verdad, a menos que se trate de algún suceso íntimo, se construye entre dos o más. Siempre, por doloroso que sea un malentendido, por grande que haya sido la certeza de que tenía- mos la razón, algo habrá que aprender de nosotros mismos cuando se vuelve a recorrer el tramo de puente que quedó roto y se inician las aclaraciones que dejan salir como espinas las palabras y comien- za la lenta curación.
A veces no es posible de inmediato, por altas que sean las mediaciones o por honesto que haya sido el encuentro.Tomará tiempo.“Hay dos formas de conciencia –decía el poeta Antonio Machado- una es luz, la otra, paciencia”.
Entonces, ahí donde estamos solos, donde somos soledad, cobran pleno sentido las pequeñas cosas de la cotidianidad. Las cosas como huella de una pre- sencia. La jarrita donde nos preparamos el té; la va- ra de incienso que encendemos para que sea me- nos densa la niebla interna, la música que aquel amigo escuchaba antes de morir y esos otros nos regalaron sabiendo de nuestro afecto por él. La Misa por la Paz, de Karl Jenkins, el Benedictus que el Guillo Silva Corcuera oía una y otra vez.Y aunque unos estén lejos, y el otro descanse en paz y en ale- gría, aquí están, cerca.Y se sigue oyendo la voz de Guillermo que decía:“La verdad no tiene la última palabra; la ternura, sí”.

Por Guadalupe Morfín

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