Tres historias


Una noche, a las 11.30, una mujer afroamericana, de edad avanzada estaba parada en el acotamiento de una autopista de Alabama, tratando de soportar una fuerte tormenta. Su coche se había descompuesto y ella necesitaba desesperadamente que la llevaran. Toda mojada, decidió detener el próximo coche que pasara.



Un joven blanco se detuvo a ayudarla a pesar de todos los conflictos raciales que habían ocurrido durante los años 60. El joven la llevó a un lugar seguro, la ayudó a obtener asistencia y la puso en un taxi. Ella parecía estar bastante apurada. Ella anotó la dirección del joven, le agradeció y se fue.
Pasaron siete días cuando tocaron la puerta de su casa. Para su sorpresa, un televisor patalla gigante a color le fue entregado por correo a su casa. Tenía una nota especial adjunta al paquete. Esta decía: “muchísimas gracias por ayudarme en la autopista la otra noche. La lluvia anegó no solo mi ropa sino mi espíritu. Entonces apareció usted. Gracias a usted pude llegar a lado de la cama de mi marido agonizante, justo antes de que muriera. Dios lo bendiga por ayudarme y por servir a otros desinteresadamente”. Sinceramente, la señora de Nat King Cole.

Segunda historia.

En los días en que un helado costaba mucho menos, un niño de 10 años entró en una nevería y se sentó en una mesa. La mesera puso un vaso de agua en frente de él. “¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con almendras?” preguntó el niño. “Cincuenta centavos”, respondió la mesera. El niño sacó su mano del bolsillo y examinó un número de monedas. “¿Cuánto cuesta un helado solo?” volvió a preguntar. Algunas personas estaban esperando por una mesa y la mesera ya estaba un poco impaciente. “Treinta y cinco centavos”, dijo ella bruscamente. El niño volvió a contar las monedas. Quiero el helado solo, dijo el niño. La mesera le trajo el helado, y puso la cuenta en la mesa y se fue.
El niño terminó el helado, pagó en la caja y se fue. Cuando la mesera volvió, ella empezó a limpiar la mesa y entonces le costó tragar saliva con lo que vio. Allí, puesto ordenadamente junto al plato vacío, había veinticinco centavos… su propina.

Tercera historia.

Hace mucho tiempo, un rey colocó una gran roca obstaculizando un camino. Entonces se escondió y miró para ver si alguien quitaba la tremenda roca.
Algunos de los comerciantes más adinerados del rey y cortesanos vinieron y simplemente le dieron la vuelta. Muchos culparon al rey ruidosamente de no mantener los caminos despejados, pero ninguno hizo algo para sacar la piedra grande del camino.
Entonces vino un campesino y llevaba un carga de verduras. Al aproximarse a la roca el campesion puso su carga en el piso y trató de mover la roca a un lado del camino. Después de empujarla y fatigarse mucho, lo logró. Mientras recogía su carga de vegetales, notó una bolsa en el suelo, justo donde había estado la roca. La bolsa contenía muchas monedas de oro y una nota del mismo rey indicando que el oro era para la persona que removiera la piedra del camino. El campesino aprendió lo que los otros nunca entendieron.

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