Verbum Domini, en diez frases


* «La fe cristiana no es una religión del Libro: el cristianismo es la religión de la palabra de Dios, no de una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo» (n. 7).
* «Es la tradición viva de la Iglesia la que nos hace comprender de modo adecuado la Sagrada Escritura como Palabra de Dios» (n. 17).
 
* «Es decisivo desde el punto de vista pastoral mostrar la capacidad que tiene la palabra de Dios para dialogar con los problemas que el hombre ha de afrontar en la vida cotidiana» (n. 23).
 
* «Se requiere que los predicadores tengan familiaridad y trato asiduo con el texto sagrado; que se preparen para la homilía con la meditación y la oración, para que prediquen con convicción y pasión» (n. 59).
 
* «La actividad catequética comporta un acercamiento a las Escrituras en la fe y en la tradición de la Iglesia, de modo que se perciban esas palabras como vivas, al igual que Cristo está vivo hoy donde dos o tres se reúnen en su nombre» (n. 74).
 
* «La
 Lectio divina es verdaderamente capaz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la palabra de Dios sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente» (n. 87). 
* «Muchos hermanos están bautizados, pero no suficientemente evangelizados. Con frecuencia, naciones un tiempo ricas en fe y vocaciones van perdiendo su propia identidad, bajo la influencia de una cultura secularizada. La exigencia de una nueva evangelización, tan fuertemente sentida por mi venerado predecesor, ha de ser confirmada sin temor, con la certeza de la eficacia de la Palabra divina» (n. 96).
 
* «La Palabra de Dios llega a los hombres por el encuentro con testigos que la hacen presente y viva» (n. 97).
 
* «En el contexto actual, es necesario más que nunca redescubrir la palabra de Dios como fuente de reconciliación y paz, porque en ella Dios reconcilia en sí todas las cosas: Cristo
 es nuestra paz, que derriba los muros de división» (n. 102). 
* «En el mundo de Internet, que permite que millones y millones de imágenes aparezcan en un número incontable de pantallas de todo el mundo, deberá aparecer
 el rostro de Cristo y oírse su voz, porque, si no hay lugar para Cristo, tampoco hay lugar para el hombre» (n. 113).

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